A veces ganamos, a veces perdemos. Cuando
perdemos, perdemos de todo. Nos acompañan toda una vida. Hay pérdidas que
aparecerán cuando nos enfrentemos con la muerte de alguien querido, con un
revés material, con las partes de nosotros mismos que desaparecieron, y con
infinidad de hechos ineludibles que nos encontraremos en esta vida, desde que aquello que nos hiere no siempre puede ser remediado con
besos hasta que nuestra condición en este mundo es implacablemente
pasajera.
Pérdidas. Según crecemos, perdemos a
nuestros seres queridos, algunos más cercanos y otros más lejanos. El tema de
las pérdidas es de la elaboración del duelo. Elaboración, que es una tarea a
realizar, y duelo, que deriva de dolor. Todo ello, dentro de un proceso, que
requiere tiempo y cambio. Un proceso con una meta final, la aceptación. Una
aceptación que quiere decir dejar de
pelearme con la realidad que no es como yo quisiera.
Todas las pérdidas son diferentes. No se
pueden poner en la misma bolsa y analizarlas en el mismo lugar. Sin embargo,
desde el punto de vista psicológico, la diferencia tendrá que ver con la
dificultad para hacer ese trabajo, pero el proceso de duelo es más o menos
equivalente en una separación, en una pérdida material o en una muerte.
En todo proceso de pérdida, de duelo, te
encuentras al principio aislado, como que lo que hay ahí afuera no tiene ninguna
relación contigo por el momento. A continuación, percibo esa pérdida y mis sentidos me informan de cosas. Tomo
conciencia, me doy cuenta lo que paso. Me invade las emociones, diferentes y
contradictorias, hasta que paso a la acción. Entro en contacto, en mi
conciencia verdadera de la ausencia de lo que ya no está. Esto me permitirá
luego la aceptación de la nueva realidad, un definitivo darme cuenta antes de
la vuelta a mí mismo.