Los términos
“adictivo” o “adictiva” son hoy día muy utilizados en el lenguaje común, sin
que en muchos casos reflejen su verdadero significado. Así, decimos por ejemplo
que somos adictos al cine, al fútbol, a los helados, a la ópera… etc., para
expresar que nos gusta o que disfrutamos mucho realizando dichas actividades o
tomando determinados alimentos. Sin embargo, para que una conducta pueda ser
considerada adictiva, deben darse otras circunstancias que hora veremos. Es
verdad que muchas conductas y muchos objetos de deseo o de satisfacción pueden
convertirse en adictivos, pero para que eso suceda tienen que intervenir
múltiples factores y, desde luego, va a depender del uso que hagamos de ellas,
del modo en que las vamos a utilizar.
Podemos decir que una conducta o actividad se convierte en
adictiva cuando la persona pierde el control sobre la misma, cuando deja de
poder decidir libremente acerca del uso que hace de la actividad de que se
trate, cuando es la propia conducta o el propio “objeto de deseo” el que toma
el control sobre la persona, privando a ésta de la capacidad de decidir acerca,
por ejemplo, del tiempo que le dedica, del dinero que se gasta en ello o de la
cantidad de otras posibles cosas que abandona para poder dedicar más tiempo y
atención a la conducta adictiva.
Podríamos, por lo tanto, hablar de adicción a partir del momento
en que una conducta se manifiesta de un modo preponderante en la vida de una
persona, impidiendo a ésta decidir libremente y convirtiéndose en el eje
central de su vida, en aquello que confiere incluso una identidad a esa
persona. Así, una persona adicta, por ejemplo a los juegos de azar, puede
percibirse como un ludópata o una ludópata antes que como un padre o una madre
de familia, confiriéndole el hecho de jugar de forma patológica una identidad
“prestada”, que contribuye a mantener el hábito.
Generalmente, cuando se establece un problema de adicción, el
trastorno puede prolongarse en el tiempo, provocando cambios en las personas
que lo padecen, cambios emocionales, cambios en los hábitos y en las rutinas de
la vida diaria, cambios físicos, etc., que persisten mientras se mantiene la
conducta adictiva.